Este instrumento imponente (casi alcanza 4 metros de altura) requiere que el intérprete se suba a una pequeña escalera construida al costado de la propia caja de resonancia. Como es imposible afinar las cuerdas con la mera aplicación de las manos, el octabajo cuenta con un sistema de palancas y pedales. Sus tres cuerdas producen sonidos dos octavas (16 notas) más abajo de lo que puede hacerlo el contrabajo. Una de las cuerdas está afinada en el Do más grave que existe, casi al límite de la capacidad auditiva humana, y en cualquier caso más allá del alcance de todos los instrumentos creados hasta la fecha, incluidos los pedales del órgano. Aun en tales profundidades, el Octabajo es capaz de resonar con potencia. Berlioz, que menciona al instrumento en su célebre Tratado de instrumentación, lo incluye en el corpus instrumental de su Te Deum, ofrecido en la inauguración de la Exposición Universal de París de1855. También Wagner elogió su sonoridad. En la literatura habitual el Octabajo tiene poca presencia, aunque su capacidad única para la generación de notas graves atrajo el interés de los estudiosos del sonido. Vuillaume creó tres octabajos: el prototipo, confeccionado en París el año 1849, ardió en el incendio de un teatro londinense; el tercero fue adquirido por el Zar pero hoy está en Viena; el segundo, restaurado en 1975, se exhibe en el Museo de la Música de París.
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